Rastrillada:Huella o rastro más o menos visible, que en el suelo firme y sobre el pasto dejan la huella de una caballería, las plantas de un cuadrúpedo cualquiera, o las ruedas de un vehículo en las zonas o caminos poco frecuentados. Ella constituye una fuente preciosa de informaciones para nuestros afamados rastreadores. Dr. Lisandro Segovia. Diccionario de Argentinismos. 1911.-

martes, 24 de mayo de 2011

Lecturas compartidas

“Un arreo en la noche – Allá en el pago del vecino”.

Ambrosio J. Althaparro

Cuenta el autor que estaba una noche la peonada de una estancia terminando de churrasquear en la cocina del personal, cuando oyeron el ladrido de los perros, lejos de las casas, en forma desganada pero insistente.

Debe venir un arreo, dijo uno saliendo al patio.

Alguno que viene cantando por el camino, agregó otro, saliendo también.

Poco a poco se fue aumentando el grupo de los de afuera, los que en la noche oscura en que no se veían ni las manos trataban de descubrir qué era lo que anunciaban los perros.

El oído acostumbrado de los hombres de campo y su gran poder de deducción fue supliendo a otros datos para saber de lo que se trataba.

De pronto alguien creyó haber oído un cencerro y pocos segundos después lo confirmó otro de los del grupo, asegurando que eran dos.

Ya empezaba la imaginación a construir el panorama de un arreo en la noche y aguzando el oído en esa orientación pronto se oyó, aunque lejano, el grito característico del resero y casi enseguida algún mugido.

No había duda que se acercaba una tropa por el camino real, que pasaba a pocos metros, y a breve plazo daría con su nota de sonido un rato de animación a la habitual quietud de la estancia, en el silencio de la noche.

Arreo grande –afirmó el viejo capataz- porque vienen como seis o siete tropillas; se oyen tres cencerros, dos campanillas y uno o dos tachos. Una de las campanillas ha de ser de plata.

Son novillos –sentenció otro y ante una insinuación de duda, replicó- si fueran vacas se oirían más balidos.

Vienen de lejos, porque marcha muy entablada la hacienda, y se va sola. Casi no se ha oído el grito de “güeya… güeya…”.

Aunque la oscuridad de la noche no permitía distinguir ni los bultos de los que pasaban ya frente al grupo de observadores, podíamos estar seguros que se trataba de un arreo de unos 600 vacunos; que eran novillos y que traían una marcha de muchas leguas.

Como iban para el norte, era probable que llevaran destino a los corrales y esta suposición se convirtió en una presunción más fundada pues el mismo viejo capataz, a quien se reconocía mucha autoridad en esta materia afirmó: Es hacienda muy gorda, porque la arrean con la fresca aunque está la noche tan oscura y porque al caminar le suena mucho la pezuña.

Al día siguiente, el primer peón que fue a la esquina, más que por necesidad, por confirmar casi al detalle todos los datos que respecto a este arreo anticipara la deducción criolla; propia de los hombres de campo de mi pago y de mi tiempo.

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