Un año después de la Revolución de Mayo, al sur del río Salado, en lo que hoy es el partido de Maipú, se llevó a cabo otra revolución, una suerte de experimento social inédito de integración entre los blancos y los pueblos originarios. En 1811, Francisco Hermógenes Ramos Mexía fundaba en el entonces llamado Partido de Monsalvo la estancia Miraflores, 250 mil hectáreas donde se constituye “la primera de las dos únicas experiencias de convivencia pacífica con los indios registrada en nuestro país”, de acuerdo con el escritor e investigador dolorense Juan Carlos Sánchez Sottosanto. Allí, como después sucederá en la Patagonia con los colonos galeses, se instaló una modalidad diferente de trato con los indígenas que terminará sangrientamente en 1820.
Ramos Mexía, explica Sánchez Sottosanto, “es el que realiza también la primera experiencia latinoamericana de compra a los dueños de la tierra, a los que les paga 10 mil pesos fuertes”, y, una vez comprada, les permite establecerse en el lugar, bajo dos regímenes de trato.
El primero estaba referido a los indios que se asentaban en las tierras de la estancia. Además de la cría de ganado introdujo la agricultura, incluso algunos árboles frutales en la zona. El excedente de lo que los indios producían se vendía en Buenos Aires y luego regresaba a ellos mismos. Se calcula que en la estancia habitaban permanentemente unas 200 personas. Quienes no se asentaban en las tierras de Miraflores tenían garantizado el libre tránsito por ellas. Una de las primeras prohibiciones que estableció fue la del uso de armas. Tanto que, cuando se allanan las instalaciones y Ramos Mexía es encarcelado junto a su familia sólo se hallaron unos fusiles comidos por las lauchas.
En plena época de avance del blanco en el llamado desierto, Ramos Mexía sostiene la vigencia de la ley de los indios en su propio territorio, lo que le vale el enfrentamiento fuerte con Buenos Aires. Sánchez Sottosanto explica la dimensión de esta apuesta: “Cuesta imaginar los centenares de indios que no sólo veían a un blanco entre ellos que pagaba sus tierras y su trabajo sino que hasta cumplía puntillosamente cada palabra empeñada. A partir de entonces, cada vez que se necesitaba un mediador entre los caciques y el gobierno de Buenos Aires, Francisco Ramos Mexía hacía de intermediario. Una comunidad no asentada por la fuerza ni por el paternalismo comenzó a rodearlo hasta tomar proporciones inopinadas”.
Esta concepción cristaliza en el llamado pacto de Miraflores, en 1820, cuando Ramos Mexía es encomendado por los caciques a firmar en su nombre un pacto con el gobierno, que luego no fue cumplido por las fuerzas de Buenos Aires. De ese pacto se negó a aceptar la cláusula que pedía la devolución de los blancos que estuvieran en tierra de indios, porque consideraba que allí las leyes que tenían vigencia no eran las de los blancos.
Esto finalmente provocó la ruptura con las autoridades y el sangriento episodio en el que Martín Rodríguez lo acusa de pasar información a los que taloneaban en Salto y Pergamino, masacra a todos los habitantes de Miraflores y se lleva engrillado a Ramos Mexía, junto con su esposa y sus cinco hijos. La respuesta fue un malón, comandado por el capataz de la estancia, José Luis Molina, sobreviviente de la matanza, que destruyó el fuerte de Kakel Huincul, todas las estancias de la zona y la recientemente fundada población de Dolores.
La población se reagrupa
Disuelto el grupo de Miraflores, encarcelado Ramos Mejía en su propia casa, los indios reflotan la comunidad, esta vez en torno a Los Tapiales, el lugar donde está recluido el líder.
Enfermedad y tristeza lo llevan a la muerte en 1828. La familia solicita a la iglesia la autorización
para enterrarlo. Su fama de hereje –su otra faceta- dilata el permiso y pasan dos días sin queel cadáver pueda ser inhumado. Al tercer día entraron a la sala ocho indios, tomaron el féretro
con el cuerpo y lo depositaron sobre una carreta. Fuera de la casona, los esperaban varios indios
más, que formando un cortejo siguieron a la carreta, la cual cruzó el río Matanzas y se perdió en el desierto. Nunca se supo el lugar exacto en el que fue enterrado; los indios lo hicieron a su modo.
Un heterodoxo
La otra faceta de la personalidad de Ramos Mexía fue su heterodoxia religiosa, que le valió serios enfrentamientos con la iglesia, especialmente con el padre Castañeda, quien lo vapuleó en varios de sus escritos. Lector del jesuita Lacunza, su postura era de corte milenarista, es decir, esperaba el pronto regreso del Mesías. Según Sánchez Sottosanto, en esto coincidía con el pensamiento religioso pampa, que de alguna manera también auguraba el regreso de una edad de oro.
Por eso, su prédica religiosa cundió tanto entre los grupos que lo frecuentaron aunque su rechazo a la institución eclesial aumentó el número de sus enemigos.“Su milenarismo apocalipticco amenzaba mezclarse con un pensamiento social utópico: el blanco y el indio debían integrarse pacíficamente (Francisco se oponía tenazmente a la guerra) en comunidades donde los caciques tuvieran tanta o más participación que el hombre blanco y donde una evangelización desde las raíces nutriera a ambos”, explica el investigador a LACAPITAL. Todos sus libros y sus manuscritos fueron quemados. De su obra escrita apenas se salvaron escritos circunstanciales. Sánchez Sottosanto considera que es “el más extraño su Evangelio que responde ante la Nación el ciudadano Francisco Ramos Mexía, un texto críptico, donde adrede se violan todas las normas de la sintaxis, la puntuación y la lógica; el español se mezcla con el latín y hasta con un idioma inexistente”. Eduardo Gutiérrez, el autor de Juan Moreira, cuenta que décadas después unos indios asaltaron una caravana; los caballos porque llevaban la marca de Ramos los dejaron pasar. Como dice el investigador consultado, si hubiera habido muchos Ramos Mexía, “la historia latinoamericana habría sido otra”.
http://lacapital-nuestrahistoria.blogspot.com/2008/06/un-experimento-social-al-sur-del-salado.html
Rastrillada:Huella o rastro más o menos visible, que en el suelo firme y sobre el pasto dejan la huella de una caballería, las plantas de un cuadrúpedo cualquiera, o las ruedas de un vehículo en las zonas o caminos poco frecuentados. Ella constituye una fuente preciosa de informaciones para nuestros afamados rastreadores. Dr. Lisandro Segovia. Diccionario de Argentinismos. 1911.-
lunes, 8 de junio de 2009
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